El “juicio de obscenidad”: El día que Penguin fue juzgado por “El amante de Lady Chatterley” Posted in: Clásicos
«La censura es la menor de las dos hermanas despreciables: la otra se llama Inquisición», escribía el dramaturgo vienés Johann Nestroy (1801-1862) con un siglo de antelación a la publicación de la polémica novela del británico D. H. Lawrence, «El amante de Lady Chatterley» . Obra que estuvo prohibida en Inglaterra más de tres décadas, desde su impresión en el año 28 del siglo pasado hasta la celebración de uno de los juicios más mediáticos en la historia reciente de Gran Bretaña (1960).
En esta historia escrita originalmente en 1928 por D. H. Lawrence conocemos a Connie (Emma Corrin) y Clifford (Matthew Duckett), una pareja de enamorados que acaban de contraer matrimonio. Sin embargo, la embriaguez romántica que viven se interrumpe cuando el marido vuelve de la guerra inválido de la cintura hacia abajo. Connie pasa de ser esposa feliz a cuidadora a tiempo completo de un hombre que no vela por sus necesidades, sino que se centra en su único interés como escritor, mientras controla y asfixia a su esposa a través de imposiciones que sirven como reflejo del único poder que parece tener desde su silla de ruedas. Así, Connie busca refugio en la naturaleza que le rodea, escapando de una depresión acechante a través de los brazos dispuestos de Oliver Mellors (Jack O’Connell), el guardabosques de su mansión.
En el libro se plasmaban diferentes temáticas como la diferencia de clases sociales entre los protagonistas, la industrialización, la insatisfacción sexual y el renacer individual a través de la conexión del cuerpo y la mente entre dos amantes. Todo esto con la narración explícita de escenas sexuales y el uso de palabras de connotación sexual consideradas obscenas en inglés. Su primera publicación tuvo lugar en Italia en 1928 de manera privada y un año después en Francia. Fue la última novela de Lawrence, quien murió en 1930.
Con el tiempo comenzaron a circular copias piratas hasta que la editorial Penguin Books intentó publicarla en 1960 en Inglaterra como un acto de rebeldía contra la Ley de publicaciones obscenas de 1959 que, en pocas palabras, pretendía diferenciar legalmente lo obsceno que podía “corromper a las personas” y lo que era una obra de interés cultural.
Reemplazaba, en pleno siglo XX a otra norma similar, aun más rígida. Para evitar tal interdicción, debía superarse el test of obscenity, en los términos que se explicitaba en la primera sección de la norma. Era obsceno todo aquello con capacidad de impulsar a pervertir y corromper—“to tend to deprave and corrupt persons”—, pero la norma no definía qué entendía por perversión o corrupción. Por lo menos, en un paso adelante respecto a la norma que reemplazaba, aceptaba que se discutiera en un juicio especial si una obra tenía el “suficiente mérito literario” para escapar a dicha categoría prohibida.
Fue el juicio del año, en esa Inglaterra de 1960. Se juzgaba -nada menos- si la novela tenía méritos literarios para ser publicada o, por el contrario, resultaba una “obra obscena” bajo los términos de la Obscene Publications Act.
A Johann Nestroy se consagraron las defensas de la editorial Penguin Books , procesada por publicar el texto íntegro de la edición de 1928 a decisión de la Corona británica y en virtud de la Ley de Publicaciones Obscenas aprobada un año antes. Por las salas del tribunal desfilaron numerosos testigos, desde estudiosos literarios a obispos anglicanos, que se armaron de valor para reconocer el mérito literario de la obra.
El libro había visto la luz en Florencia en 1928, merced a una impresión privada del autor con la asistencia de Pino Orioli, y hasta entonces no se había editado una versión “sin expurgar” en el Reino Unido. Sólo un par de impresiones reemplazando el uso de palabras vulgares respecto del sexo y las partes íntimas de las personas por otras socialmente aceptadas.
Pero ése no era el único cuestionamiento de la obra ni tampoco, en rigor de verdad, el principal. Las verdaderas y no declaradas razones de su censura eran que el libro tocaba temas tan álgidos como los
privilegios de la clase aristocrática, las condiciones de vida y labor de los obreros y esa costumbre inglesa de pasar por la vida reprimiéndose de cualquier manifestación instintiva, en particular las que conducen a los acogedores campos del placer.
En fin, el juicio contra la editorial comenzó con una apertura claramente sexista del abogado de la acusación, Mervyn Griffith-Jones, que pasó a la historia. “¿Aprobarían que sus hijos pequeños, hijas pequeñas, porque las niñas pueden leer tan bien como los niños, lean este libro?” preguntó al jurado. “¿Es un libro que tendrías tirado en tu propia casa? ¿Es un libro que incluso desearías que tu esposa o tus sirvientes leyeran?”
El pleito duró seis días y tras la declaración de decenas de testigos, el jurado tardó tres horas en llegar al veredicto: la novela no era obscena.
Penguin Books enseguida sacó provecho a la victoria y un mes más tarde publicaba la novela en Reino Unido, vendiendo 200.000 copias en el primer día y tres millones más a continuación. El éxito del juicio y las ventas abrió aires de libertad para las publicaciones literarias de contenido erótico y explícito, dando paso a una revolución sexual en el plano cultural que marcó tendencia, generó conversación y amplió los horizontes sociales en torno a lo tabú en Inglaterra. Desde entonces, la novela fue adaptada unas diez veces y ha sido mencionada en canciones, poemas y películas.