El impresionante método de trabajo de Flaubert Posted in: Club de Lectura, Escritores

El método flaubertiano se destaca por esa lenta, escrupulosa, sistemática, obsesiva, terca, documentada, fría y ardiente construcción de una historia. Igual que su poética, Gustave descubrió (inventó) su sistema de trabajo mientras escribía Madame Bovary; aunque sus textos anteriores le habían exigido esfuerzo y disciplina —sobre todo la primera Tentation—, sólo a partir de esta novela quedaría perfectamente definida esa suma de rutinas, manías, preocupaciones y ocupaciones que le permitían el máximo rendimiento.

Una manera de vivir en un medio dado: esa profunda compenetración con un «medio», para recrearlo verbalmente, es algo que Flaubert consigue mediante la entrega absoluta de su energía y de su tiempo, de su voluntad y de su inteligencia, a la tarea creativa.

Se levanta a eso del mediodía y, luego de desayunar con su madre, o solo con su perro, y de leer la correspondencia, dedica una hora a dar clases de gramática, historia y geografía a su sobrina Caroline, cuya educación se había empeñado en vigilar personalmente. A las dos de la tarde se encierra en las habitaciones contiguas que son su dormitorio y su escritorio; éste tiene una terraza desde la cual se divisa el (en ese entonces) bello y tranquilo paisaje: las aguas del Sena, la tierra fértil, las suaves colinas con álamos. Permanece en el escritorio, donde, frente a la ventana, se halla su gran mesa redonda y una banca de roble. Cubre la mesa un tul verde, para impedir que los criados Julie y Narcisse ordenen el riguroso desorden de fichas, cuadernos y papeles que lo atestan. Un mazo de plumas de oca irrumpe de un recipiente, junto al tintero, que es una rana de cristal. Hay estantes con libros, un diván cubierto por la piel de un oso blanco, y aquí y allá, muchos de los objetos que trajo del Oriente: un narguilé, muchas pipas, un cocodrilo embalsamado. En invierno mantiene encendida la chimenea y en verano trabaja con las ventanas abiertas, vestido casi siempre con una bata de seda blanca que le llega hasta los pies. Escribe hasta las siete u ocho de la noche, hora en que sale a cenar con su madre y luego hace un rato de sobremesa con ella. Regresa al escritorio, donde sigue absorbido en la novela hasta las dos o tres de la madrugada.

Hasta octubre de 1853, este horario rígido cambiaba ligeramente los fines de semana, que Louis Bouilhet venía a pasar con él a Croisset. Los amigos permanecían encerrados todo el domingo en el escritorio, leyéndose y criticándose mutuamente —de manera implacable— el trabajo de la semana. Gustave tenía confianza total en la opinión de Bouilhet y solía acatar los consejos de éste, quien, a lo largo de la redacción de Madame Bovary, fue una segunda conciencia crítica para Flaubert. Pero Gustave y Louis dedican también muchos domingos a comentar con detalle —y a corregirlos, rehaciendo estrofas enteras— los poemas que les envía Louise Colet. Esa venida de Bouilhet, a quien Flaubert quiso siempre entrañablemente, era una de las pocas distracciones de su vida monacal, un asueto que esperaba con avidez durante la solitaria y extenuante semana. Cuando Bouilhet partió a París, en octubre de 1853, el domingo se convirtió en un día idéntico a los otros.

Hay épocas en que las dificultades y el sentimiento de impotencia que debe afrontar son tan grandes que se tiene la impresión de que va a perder el juicio. El período crítico son los cuatro meses de los comicios agrícolas, capítulo que en algunas partes —como el discurso del Conseiller— está rehecho siete veces. En este enclaustramiento hay días en que los personajes parecen materializarse e influir sobre él.

Suele fumar muchas pipas al día, a veces hasta quince. Se ha comprobado que la luz de sus ventanas, eternamente encendidas, servía de faro a los pescadores de cangrejos de la región. Visita a su hermano Achille para que lo asesore sobre la patología del pie deforme cuando está relatando la operación de Hippolyte, y hace otro viaje especial para documentarse en el hospital y en la biblioteca sobre envenenamientos con arsénico.

Pero también en la realización de este libro aparece ese aspecto fundamental del método flaubertiano: el saqueo consciente de la realidad real para la edificación de la realidad ficticia. Por ejemplo, para describir las lecturas infantiles de Emma, repasó los viejos libros de cuentos y de historia que él y sus hermanos habían leído de niños. Antes de iniciar los comicios agrícolas asistió, con papel y lápiz a la mano, a un evento de este tipo en el pueblo de Darnétal, y para la enfermedad del Ciego y el remedio que Homais le recomienda interrogó a Louis Bouilhet, que había sido estudiante de medicina, y le pidió que consultara a especialistas. Asimismo, a fin de ser «verídico» en lo relativo al estrangulamiento económico de Emma por Lheureux, fue a Rouen para que un abogado y un notario lo instruyeran sobre pagarés, embargos, remates y amortizaciones.

¿Cómo organiza Madame Bovary?

El primer paso es el plan de la obra: trazar una sinopsis donde queden esbozadas las grandes líneas de la historia. La preocupación central de esta primera etapa es el argumento: los personajes, la trayectoria dramática, los incidentes anecdóticos principales. En estas semanas, la reflexión sobre la forma es nula, Flaubert está consagrado a resumir en cuadros, capítulos y dibujos el tema del libro, al mismo tiempo que dejándose impregnar por esta materia.

Este plan inicial es muy detallado y preciso, en él se pormenorizan aun los hechos más insignificantes, lo que indica que Flaubert quiere llevar la premeditación al extremo, eliminar todo espontaneísmo. El plan va siendo modificado a medida que avanza la redacción, no en sus líneas generales, sino en el contenido de los tableaux, esos bloques que son las unidades temáticas del libro.

Una vez trazado el proyecto general de la obra y el plan riguroso del primer capítulo, comienza la redacción. Ahora sí, la preocupación formal lo domina y desespera. Su obsesión no incluía sólo al lenguaje. En realidad, es tan acuciosa en lo que se refiere a la estructura —el orden del relato, la organización del tiempo, la gradación de los efectos, la ocultación o exhibición de los datos— como a la escritura. Su gran aporte a la novela es al mismo tiempo técnico, tiene tanto que ver con el uso de la palabra como con la distribución de los materiales narrativos.

Flaubert trabaja, es casi seguro, con dos páginas en blanco, una al lado de la otra. En la primera, escribe —con letra pareja y pequeña, dejando grandes márgenes— la primera versión del episodio, sin duda muy de prisa, desarrollando las ideas tal como brotan, sin preocuparse demasiado de la forma. Así, borronea algunas cuartillas. Entonces, retorna al principio y comienza la corrección meticulosa, lentísima, frase por frase, palabra por palabra. La página se va cubriendo de tachaduras, añadidos, repeticiones, capas superpuestas de palabras que llegan a hacerla incomprensible. Entonces, pasa en limpio esa misma página en la que hasta ahora no ha tocado.

Avanza muy despacio y esta nueva versión es sometida a la prueba del gueuloir, que sería más justo llamar del oído. Su convicción es la siguiente: una frase está lograda cuando es musicalmente perfecta.

Por eso cuando una frase le parece más o menos concluida la lee en voz alta, la interpreta, subiendo mucho el tono, paseando por la habitación y gesticulando como un actor. Si no suena bien, si no es melodiosa y envolvente, si sus virtualidades sonoras no constituyen en sí mismas un valor, no es correcta, las palabras no son las justas, la «idea» no ha sido cabalmente expresada.

Así se van acumulando las hojas, por parejas: el recto de una es la versión primera del verso de la otra. Un buen día de trabajo puede significar media página definitiva; pero hay jornadas dedicadas a componer —es el verbo justo— una sola frase. Se trata de una auténtica guerra de cinco años, en los que poco a poco se multiplican sus enemigos, bestias negras que son materia de pesadillas y blanco de sus más biliosos ataques de ira: las consonancias y asonancias, las cacofonías, ciertas preposiciones que tienden a repetirse como que.

Cada tableau va surgiendo simultáneamente como una unidad narrativa y una unidad musical. Cuando un cuadro está acabado, sale a leerlo al aire libre, a la «alameda de la gritería», y por lo común, ese examen le revela desarmonías en el conjunto que una vez más lo obligan a rehacer lo escrito.

No pasa a redactar el siguiente cuadro hasta tener una versión satisfactoria del que está escribiendo. (Uso el término tableau, que él utilizaba, para destacar otro aspecto, tan importante como el musical, de la forma flaubertiana: el visual). De este modo, la novela avanza lenta, pero cada parte elaborada es definitiva.

Al terminar cada cuadro, dedica uno o varios días a hacer un esquema desarrollado de los elementos que serán materia del siguiente. Por lo común esto significa añadir precisiones y anécdotas al asunto mencionado en el plan general, pero en algunos casos altera profundamente la idea primera. No comienza nunca un tableau sin haber hecho el diseño minucioso de su contenido, sin saber de antemano, con lujo de detalles, lo que va a contar. Llama a esto: «faire du plan». Cuando ha terminado una de las Partes, da una lectura general, a fin de verificar el encadenamiento de los tableaux, y trabajar lo que él llama las «proporciones».

Cuando tiene el manuscrito acabado, hace una lectura general, y, antes de enviarlo a La Revue de Varis, efectúa cambios que consisten sobre todo en supresiones: elimina unas treinta páginas y muchas frases sueltas.

La primera edición en libro (abril de 1857) restablece las partes suprimidas por La Revue de París, pero hay nuevos cambios de autor, lo que ocurrirá en todas las otras ediciones hechas en vida de Flaubert. Lo cual quiere decir que el perfeccionismo flaubertiano es, en cierto modo, una operación infinita. El sistema en que esta necesidad perfeccionista cuaja consiste simplemente en que un libro, en un momento dado, se publica, pero jamás se acaba. Nunca se terminaría de escribir sin la muerte del autor, ese accidente. Si Flaubert hubiera muerto diez años más tarde es posible que la novela hubiera quedado también inconclusa: por sus características y por la naturaleza del método flaubertiano exigía para completarse poco menos que la inmortalidad del autor.