“Haciendo el amor con música”, por D. H. Lawrence Posted in: Ensayo, Hay que leer
Para mí, dijo Romeo, bailar es, simplemente, hacer el amor con música.
«-Será por eso que nunca quieres bailar conmigo replicó Julieta.
-Bueno.. ¿Sabes una cosa? Eres demasiado personal.
Es curioso, pero las ideas de una generación se convierten en los instintos de la siguiente. Todos nosotros somos, en gran parte, las ideas materializadas de nuestras abuelas y, sin saberlo, nos
comportamos de tal forma. Es extraño que el injerto obre tan velozmente, pero así es. Si las ideas cambian con rapidez, habrá una transformación correlativamente rápida en la humanidad. Nos convertimos en lo que pensamos. Peor aún, nos hemos convertido en lo que pensaban nuestras abuelas. Y los hijos de nuestros hijos se convertirán en las cosas lamentables que nosotros estamos pensando. Lo cual es la caída psicológica de los pecados de los padres sobre los hijos. Porque nosotros no nos convertimos simplemente en los pensamientos elevados o hermosos de nuestras abuelas. ¡Ay, no! Somos la encarnación de las ideas más potentes de nuestros progenitores, y esas ideas son en su mayoría privadas, ideas que no deben ser reconocidas en público, sino transmitidas como instintos y como dinámica de la conducta hasta la tercera y la cuarta generación.
¡Ay, de las cosas sobre las cuales cavilaron en secreto nuestras abuelas y que desearon en privado!
Esas cosas somos nosotros.
¿Qué desearon y quisieron nuestras abuelas? Hay algo indudable y es estas quisieron que les hicieran el amor con música. Quisieron que el hombre no fuese un ser vulgar que se precipitara hacia su objetivo y se acabó. Quisieron que resonaran melodías celestiales mientras él las tomaba de la mano y que irrumpiera un nuevo movimiento musical cuando les rodeara la cintura con el brazo. La música debía remontarse con infinitas variaciones, de un nivel a otro del galanteo, en deliciosa danza, las dos cosas inextricables, las dos personas también.
Para terminar, naturalmente, antes de la llamada consumación del galanteo que para nuestras
abuelas en su sueño y, por lo tanto, para nosotros en la realidad, es el gran anticlímax. No una consumación, sino un humillante anticlímax.
Esto es el llamado acto del amor en sí, el verdadero eje de todo el tema discutido: un anticlímax humillante. El tema discutido, desde luego, es el sexo. El sexo es muy encantador y muy delicioso mientras se hace el amor con música y se camina sobre las nubes con Shelley, en un two step. Pero de allí a llegar finalmente al grotesco trance de la capitulación… ¡No señor! ¡De ningún modo! ¡De ningún modo!
Hasta un hombre como Maupassant aparente devoto del sexo, decía lo mismo; y Maupassant es el abuelo o bisabuelo de muchísimos de nosotros. Seguramente, decía, el acto de la cópula es la cínica broma que nos hace el Creador. El haber creado en todos nosotros esos bellos y nobles sentimientos del amor, el hacer cantar al ruiseñor y a todas las esferas celestes tan sólo para colocarnos en esa grotesca postura, para ejecutar ese acto humillante, es una exhibición de cinismo propia de un demonio burlón y no de un benévolo Creador.
¡Pobre Maupassant, he ahí la clave de su catástrofe! Quería hacer el amor con música. Y comprendió, enfurecido, que no se puede copular con música. De modo que se dividió a sí mismo contra su voluntad y cerró los ojos con asco y luego copuló con mayor motivo.
Nosotros, sus nietos, somos más astutos…
(3) Escritor inglés (1885-1930) que cultivó la poesía y la novela y cuya obra El amante de Lady Chatterley le valió un juicio por obscenidad. Menos conocidos, sus ensayos muestran un pensamiento sutil que echa nueva luz sobre sus obras pero también sobre la prohibición que pesó sobre ellas tanto en EEUU como en Inglaterra.